UN CAZADOR AL SERVICIO DE LA CONSERVACIóN

¿Puede un cazador de tortugas convertirse en el máximo exponente de su conservación?

Decía Tolstoi que todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Probablemente tenga mucha razón. Sin embargo, existen personas decididas a promover el cambio precisamente desde sí mismas. Éste es el caso del caboverdiano Valdo, un férreo defensor de la conservación de las tortugas marinas, que durante años fue su cazador.

CONOCE LA HISTORIA DE VALDO

Caminamos por la playa de Boa Esperanza, al norte de Boa Vista, en Cabo Verde. El impresionante pecio del Cabo Santa María nos acompaña durante el paseo. Valdo me explica que el carguero naufragó en 1968 y que hoy es una de las principales atracciones turísticas de la zona. Se muestra orgulloso de poder hablar de su isla: la más bonita de Cabo Verde, dice con una sonrisa radiante.

Ésta desaparece bruscamente cuando pregunto por su experiencia como cazador: “era una práctica común. Toda la gente en la isla lo hacía para comer en casa o para vender su carne. Nunca nadie me dijo que hacerlo fuera algo malo o que estuviera prohibido”, señala.

Cabo Verde tortugas

 

¿POR QUÉ SE CAZAN TORTUGAS EN CABO VERDE?

Cabo Verde es un país vulnerable por la insuficiencia de agua y la escasez de tierras cultivables. Esto repercute en una agricultura insuficiente y convierte la pobreza del país en un fenómeno estructural. Aunque en el año 2008 abandonó su categoría de país menos avanzado, las mejoras socioeconómicas no han impedido que se acrecentarán las desigualdades sociales. Según la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo, un porcentaje significativo de la población ha sido arrastrada a condiciones de pobreza.

Valdo destaca que muchas personas encuentran un importante sobresueldo con la esperada llegada de las tortugas ya que “con la venta de una de ellas podía obtener alrededor de 150 €, mientras que trabajando con el ayuntamiento en la plantación de palmeras ganaba 1,5 € al día”.

DE CAZADOR A CONSERVACIONISTA

Aun así, el incentivo económico dejó de ser un razonamiento suficiente para Valdo, quien recuerda con exactitud el momento que le llevaría a tomar la decisión de abandonar la caza de tortugas: “para matar una tortuga hace falta mucha fuerza. Hay que atar sus aletas detrás del caparazón, girarla y rajarla por la parte del pecho y del abdomen para poder coger la carne y los huevos. Una de las tortugas que yo mismo maté, tardó casi una hora en morir. Fue una cosa horrible y me di cuenta de que lo que hacía era una barbaridad”.

Su mirada permanece por un instante en ese recuerdo, pero recupera rápidamente el brillo para afirmar sonriendo que ahora utiliza todo lo que aprendió siendo cazador para proteger activamente a las tortugas.

Valdo es demasiado humilde para alardear del trabajo que realiza diariamente en las patrullas nocturnas, pero es el primero en distinguir las tortugas con exactitud, incluso en la más cerrada de las noches. Sabe acercarse a ellas sin molestarlas, leer sus rastros e interpretar las señales que encuentra en la playa.

Valdo ha complementado sus conocimientos empíricos con una formación impartida en el proyecto: “Participé en un campamento donde aprendí muchas cosas; desde medir los caparazones hasta marcar a las tortugas con etiquetas externas y con microchips. Puedo determinar el emplazamiento exacto de los nidos y recoger muestras de ADN”, cuenta satisfecho.

Cabo Verde tortugas

¿Cómo puedes colaborar tú también?

El voluntariado con animales es una experiencia maravillosa. En Blua tenemos varios proyectos de conservación de tortugas marinas donde no solo realizarás las mismas tareas que realiza Valdo en su día a día en Cabo Verde, sino también disfrutarás de su mismo entorno.

Con catorce años, Valdo cazaba tortugas. Doce años después decidió dedicarse a su protección y hoy, a sus treinta y siete, es una pieza clave en la conservación del medio ambiente. Está consiguiendo su cambio y con ello, su deseo de cambiar el mundo. ¿Te animas tú también?

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Texto: Chus Álvarez Jiménez
Fotos: Julie Wamsley
Publicado originalmente en la Revista ECOGUÍA